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dimarts, 16 de juny del 2015

Karl Ove Knausgard, La isla de la infancia. Mi lucha 3 (2015). Barcelona: Anagrama

El título ha sido lo que me ha impulsado a leer el libro, quizás con la intención de comprobar si se ajustaba al contenido. Y sí, como un guante exacto y cálido a una mano fría.
Así pues, he empezado por esta obra, la tercera entrega de  la ya célebre saga de Mi lucha, y no me arrepiento, porque no se trata de una precuela más, sino que en la Isla de la infancia está el germen del mundo que recrea Karl Ove Knausgard. 
Veámoslo a través de las imágenes que pespuntean y atan el texto, que lucen con luz propia en una prosa a veces telegráfica.
El autor-narrador-protagonista escribe desde la perspectiva de sus 40 años en Malmö y sabe de la importancia de estas joyas que aligeran su texto e, incluso, al final, nos hace participar del placer que le proporcionan:



"esos pequeños episodios que tuvieron lugar en la infancia no tienen más peso que (...) esa pelusa que esparce una pequeña boca soplando un diente de león marchito." P. 334.

"Ah, ¿a que esta última ha sido una bonita imagen de cómo un suceso tras otro se esparcen sobre el pequeño prado de la historia propia cayendo entre las pajas para desaparecer?" P. 335.

Esta crónica de la infancia contiene un delicado inventario de recuerdos entre los que destacan aquellos que como la célebre magdalena de Proust: " como una especie de medusas transparentes, despertados por un determinado olor, un determinado sabor, un determinado sonido... Siempre van acompañados de una inmediata e intensa sensación de felicidad." P. 11.
Aquellos que están asociados a sentimientos como la atracción por las peleas "como una marea que arrasa", el enamoramiento que le hace ausente de la realidad como si se encontrara bajo un "nuevo cielo.", el vértigo cósmico ante la contemplación "del cielo sembrado de estrellas", el miedo a la ira de su padre que le hace un intruso en su casa, o la ampliación de su mundo "como si se levantara el telón y lo que nosotros pensábamos que era el escenario completo resultara ser sólo el proscenio." P. 75.
La imaginación infantil es sensible al paisaje que transmuta a su antojo: las estrellas en granos de arena, las praderas en mares, la luz y la sombra del bosque como animalillos,  los árboles en seres pensantes...
También destaca en el uso de sinestesias que entroncan con la magia de la infancia: el sonido eléctrico del nombre de su primera novia,  un chándal nuevo que huele a "promesas de futuro" o cuando pregunta a qué color saben los caramelos.
Pero Karl Oven vive una doble vida, ya que la música y la lectura lo transportan a otros espacios y se convierten en aliados para librarse de las sombras que lo amenazan. Mientras el mundo de los libros "convierte el espacio interior en un enorme espacio exterior." P. 257, la música le hace volar.
Comparto su devoción por Norwegian Wood y  no me resisto a transcribir el efecto que en él produce esta canción:

"me quedé mirando el techo, dejando que el ambiente de la música de manera incomprensible se me metiera dentro y me elevara hasta donde ella se encontraba." P. 255.


A pesar de la fugacidad del tiempo, a pesar de las trampas de la memoria, el narrador está convencido de que este inventario de recuerdos está realizado con "precisión y exactitud" como si él hubiera estado dotado de " una especie de oído absoluto de los recuerdos."

Este es el broche final.


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